El hidroavión fue muy popular entre las dos guerras. Una de las principales ventajas de estos aviones era la económica. Si un avión puede aterrizar en el agua, no es necesario crear un aeropuerto para él, lo que ahorra enormes costes estructurales. Además, debido a la ausencia de restricciones relativas a la longitud de las pistas de aterrizaje, permitió crear verdaderas bestias de carreras, lo que explica que los hidroaviones, a pesar de una degradación aerodinámica por la presencia de los flotadores, a menudo resultaron ser más potentes y rapidos que sus homólogos obligados a aterrizar en tierra firme, o al menos en el asfalto de los aeropuertos y aeródromos. Teniendo en cuenta que casi toda la humanidad vive a menos de 200 km del mar o de un río y que el 70% de la tierra está cubierta por agua, es fácil comprender el interés y la fascinación que siempre han despertado los hidroaviones, especialmente en tiempos de guerra. Eichholtz nos propone sumergirnos en la fabulosa aventura del hidroavión, que comenzó hace más de un siglo con Henri Fabre, un marsellés al que se le atribuye la invención del hidroavión, gracias a dos modelos niquelados que también sirven de encantadores y lujosos sujetalibros. Cada sujetalibros consta de una base de madera en forma de pedestal de estatua, acabada en negro ébano, sobre la que está instalado un avión de hélice monomotor, un hidroavión capaz de despegar y aterrizar en el agua, característicamente reconocible por sus dos grandes flotadores. El acabado brillante de níquel pulido da a estos objetos un toque lujoso y prestigioso, perfectamente realzado por sus soportes de madera, de estilo clásico y con un profundo acabado negro. Un diseño clásico y elegante para los aficionados al mar y a la aviación, y un original sujetalibros que puede colocar sobre su escritorio o en una estantería de su biblioteca, para aportar un toque distintivo y retro a su hogar.